martes, 25 de noviembre de 2014

GRANDES PRUEBAS: EL SEXO.



El espíritu en evolución se somete en cada vida física a las distintas pruebas, necesarias para su crecimiento espiritual y perfeccionamiento. Es un largo recorrido de muchos siglos, innumerables experiencias, y la repetición de aquellas pruebas que no han sido superadas. Las tendencias primarias, instintivas, se van sustituyendo muy lentamente por valores sutiles e imperecederos; el amor, el altruismo, el desarrollo intelectual, amén de otras cualidades que van conformando a un nuevo ser más depurado y sabio. Crecer cuesta mucho, nadie nos regala nada, y el Padre en su infinita misericordia, nos ofrece cuantas oportunidades necesitamos para enmendar y corregir errores. A cada cual según sus obras, con total justicia. A mayor atraso más facilidad para equivocarse, también la responsabilidad va acorde con el grado de evolución.

De las pruebas que tiene que afrontar el espíritu cuando viene con una envoltura carnal, hay tres especialmente que son muy relevantes, por cuanto que, si no se miden bien las fuerzas y sobre todo, cuando existen debilidades y tendencias negativas del pasado, resultan difíciles de superar y es la causa de sufrimientos, así como generadoras de deudas que hay que reparar en el futuro. Nos estamos refiriendo a las pruebas del poder, del dinero y del sexo.

El sexo cumple una función fundamental para la perpetuación de la especie, se trata de una energía creadora, como ocurre en los otros reinos de la naturaleza. Bien enfocado es fuente de dicha. No obstante como nos demuestra la historia de la humanidad y sobre todo en los momentos críticos de transición actuales, no existe un control y una madurez en el dominio de los instintos primarios, porque se trata de una prueba que requiere fortaleza y templanza, y en la que un gran número de espíritus pertenecientes a un mundo de la categoría de “Expiación y Prueba” como es el nuestro, no alcanzamos a canalizar y dominar adecuadamente. Es el predominio todavía de la naturaleza animal sobre la espiritual.

Por un lado arrastramos la herencia religiosa del complejo de culpa, lastrando y reprimiendo una función que bien enfocada debe de ser natural, consustancial al ser humano, a la que hay que darle el cauce y la importancia que merece, nada más. Efectivamente durante siglos el sexo ha sido interpretado por algunas culturas religiosas como algo impuro, fuente de pecado y contrario a los intereses del espíritu, en parte como freno para una población ignorante, más bien necesitada de buenos ejemplos y una buena pedagogía para el alma. También como consecuencia de las tendencias irresponsables en momentos en los que existía una decadencia moral, como está ocurriendo hoy día, ofreciendo malos ejemplos a la población, así como los traumas, debilidades y frustraciones de responsables religiosos que no fueron capaces de equilibrar y canalizar adecuadamente sus impulsos. 

Consecuencia de esa cierta hipocresía, se divulgó la falsa creencia de que, el sexo, sólo era legítimo cuando se busca la reproducción, y únicamente en ese caso podía ser bueno a los ojos de Dios, algo que choca con el sentido común y las necesidades humanas en las relaciones de pareja.

No obstante, una de las opciones de vida es la castidad y el celibato, siempre que sea voluntario, con miras a servir al prójimo y no impuesto por convencionalismos religiosos. El sacrificio del celibato sólo pensando en uno mismo, en la propia salvación, es puro egoísmo. Además hay que tener en cuenta la responsabilidad que se adquiere cuando se hacen votos de esta índole, puesto que las promesas hay que cumplirlas, pues tienen sus consecuencias. Para esta clase de compromisos que son una opción de vida hay que medir bien las fuerzas, para no caer en desviaciones o represiones, cuyas consecuencias pueden provocar entorpecimientos en futuras existencias.

Por otro lado existe la vertiente materialista, es la que nos demanda la sociedad actual y consumista, se trata de una propuesta que nos invita a la práctica sexual sin prejuicios, como algo imprescindible para sentirse realizados y felices, que nos incita a la preocupación cuando el deseo disminuye, recomendando la ingesta de sustancias que estimulen la libido. En las relaciones personales, sobre todo entre los jóvenes, el sexo se ha convertido, en muchos casos, en una práctica desvinculada de los sentimientos y las relaciones de verdadero cariño y amistad, confundiendo fácilmente amor con deseo, estableciéndose uniones bajo unos parámetros en los que una vez el deseo sexual pasa, y se deben de enfrentar a los verdaderos problemas de convivencia y las circunstancias reales de la vida, desisten a las primeras de cambio. 

Al mismo tiempo, comprendiendo un poco cómo funcionan las leyes universales, sabremos que existe una muy importante: la ley de afinidad, o lo que es lo mismo; “el semejante atrae al semejante”. Efectivamente, en la cuestión sexual la parte negativa ejerce una influencia mayúscula, facilitada por la falta de rumbos e ideales sólidos que establezcan, en general, unas relaciones personales coherentes con una ética y una moral. Su consecuencia más inmediata es la relajación de costumbres, y una presión pertinaz por parte de aquellas entidades espirituales de baja condición que vibran en estados de perversión sexual, generando una presión psíquica sobre aquellos incautos, susceptibles de dominar por este tipo de entidades negativas. Esto explicaría, por ejemplo, el exceso de erotismo en la sociedad, su proyección en los medios de comunicación, así como en la publicidad, también la pornografía que mueve miles de millones de dólares en todo el mundo.

Por tanto, como podemos observar existen dos extremos en los que, si nos dejamos arrastrar por alguno de ellos, no nos ayudan al desarrollo integral como espíritus encarnados en evolución, necesitados de equilibrio en todos los aspectos de la vida. No obstante, el sexo cumple una función específica que hay que darle el valor y la dimensión que requiere. Debemos, por lo tanto, alejarnos tanto de extremismos represivos, como del libertinaje descontrolado. 

En definitiva, Dios no se puede contradecir ni encontrar negativo algo que El mismo ha hecho. La sexualidad bien entendida y equilibrada es fuente de felicidad, es el complemento a otros valores imprescindibles en las relaciones de pareja. No podemos sobrevalorar una parte por el todo, ni confundir sentimientos con deseo. La comprensión, la tolerancia, el cariño, las pequeñas renuncias y sacrificios, por amor al cónyuge son el trabajo principal, y lo que garantizará el éxito a dicha relación.

Para concluir, seamos conscientes y responsables en nuestro comportamiento, sabiendo que venimos a superar debilidades y defectos. Busquemos en nuestro aprendizaje diario los placeres sutiles del espíritu inmortal, imperecederos, que no se desgastan con el tiempo, pues provienen del interior del alma, aquellos que nacen del bien y el amor al prójimo, de esa renuncia que llena y aporta plenitud. Necesitamos, en definitiva, la búsqueda de un rumbo que nos ilusione, le dé un sentido a la vida y nos evite las frustraciones que  nos empujan a las susodichas fugas psicológicas, que no nos satisfacen y nos hacen sentir peor interiormente. Por tanto no hay que alimentar pensamientos ni fantasías que fomenten el deseo sexual, más allá del hecho natural, y que pudieran derivar en desequilibrios. A cada cosa su importancia, sin quedarse en la apariencia,  pues de ello depende un futuro lleno de ventura, progreso y paz interior.

J.M.M.C.



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